Café Filosófico en Vélez-Málaga 12.2
19 de noviembre de 2021, El Pianista del Carmen, 17:30 horas
¿Pensar en uno mismo es aceptable?
Poned atención:
un corazón solitario
no es un corazón
Antonio Machado
Vivir es acomodarse, que no es lo mismo que resignarse. Así, nuestro segundo Café filosófico de la temporada hubo de recrear un espacio idóneo para poder acoger a las más de veinte personas que acudieron a la llamada de la filosofía compartida, el filosofar juntos. Nuestro nuevo local, El Pianista del Carmen, lo permite y lo hace totalmente factible. Quedamos agradecidos.
Y, como el día anterior se había celebrado el Día mundial de la filosofía, el animador del encuentro, amante él, no pudo resistir el impulso de plantear a los asistentes –un buen equilibrio de jóvenes y adultos– lo que pudiera ser una raíz del permanente riesgo de desaparecer la filosofía de las aulas: su utilidad o inutilidad. Leyó una declaración de Jorge Luis Borges y, acto seguido, planteó una cuestión a los participantes, como es habitual, para que se presentaran y, esta vez, para que reconocieran qué es útil en la vida:
(…) dos personas me han hecho la misma pregunta; la pregunta es: ¿para qué sirve la poesía? Y yo les he dicho: bueno, ¿para qué sirve la muerte?, ¿para qué sirve el sabor del café?, ¿para qué sirve el universo?, ¿para qué sirvo yo?, ¿para qué servimos? Qué cosa más rara que se pregunte eso, ¿no?
De todas cosas útiles en la vida, que dijeron, la inmensa mayoría (escuchar, el lenguaje, el tiempo, el autoconocimiento, colaborar, comprender, la empatía, buscar la felicidad, la libertad, la amistad, la duda, la atención, etc.) no son reducibles fácilmente, y sin pérdida, a un cálculo utilitarista o pragmático, como es el predominio hoy día. Y tiene razón Borges: qué extraña pregunta es esa, y tan frecuente, ¿para qué sirve…? Como si “el valer” hubiera sido puesto por delante de “ser”, y no al revés, como debería. ¿Para qué sirve la filosofía? Qué pregunta más rara, convinieron los participantes con su actitud y su práctica: la filosofía sirve para plantearnos todo esto.
Después de varias votaciones, el egocentrismo se postuló como la temática latente entre los participantes y, durante el diálogo, se perfiló a través de esta pregunta: ¿Pensar en uno mismo es aceptable? (Distinto de preguntar si es aceptable pensar por uno mismo; aunque, en un un diálogo como el nuestro ésta es una condición necesaria para todo lo demás, claro). Y fueron apareciendo las habituales dicotomías, radicadas en la separación entre yo y los demás. Y, quizás, aquí se sitúa tanto el origen como la salida de este problema del pensar en uno mismo o en los demás, el dilema típico entre egocentrismo y altruismo. Veamos.
Cuidar de mí, ocuparme y preocuparme por mí, pensar en mí y hacerlo respecto a los demás, ¿es incompatible? No, responden. Si no me ayudo a mí mismo, no puedo ayudar a los demás. Esto es necesario. No es impensable la figura de un “egoísmo altruista”. Hay incompatibilidad cuando mirar por mí es excluyente, cuando significa ir contra, es decir que para ser yo necesito ir en contra de otros. Y solamente de esa manera he aprendido a sentirme mejor conmigo mismo. Esto es lo que Nietzsche llamaba el espíritu reactivo del resentimiento y la debilidad. Soy más, si tú eres menos. Sin embargo, reconocerme a mí mismo lleva de una manera natural a reconocer a los demás.
Pero interroga uno de los participantes: en un mundo injusto, ¿pensar en mí sería éticamente aceptable? Y se plantea la cuestión del servicio a los demás. ¿Puedo ayudar de verdad, genuinamente, a otro, si yo estoy mal por dentro? Si busco el servicio a los demás para escapar de mí mismo, ¿le hago un bien, me lo hago a mí mismo? Es muy posible que los demás nunca puedan rellenar lo que me falta. Todo lo más, serían la ocasión para desarrollar lo que ya tengo, expresar lo que ya soy. De otro modo, es muy posible que, sin darme cuenta, acabe proyectando la oscuridad de mis propias sombras. Esto es algo para meditar, y el grupo te lo pone delante.
Es muy posible que, si yo pudiera conectar con el fondo inteligente que soy, el afecto y la voluntad intrínseca que hay en mí –que somos y lo hay en todos nosotros– y aprendiéramos a confiar en ello, todas las dicotomías, todas las dualidades que nos provocan tantos disgustos, tantos conflictos y desgarros existenciales, pudieran diluirse como un azucarillo en el café. “Yo pienso”, “yo quiero”, “yo amo”, pero ni lo hago yo solamente, ni estoy yo solo en esto de vivir.